Los últimos minutos de la fiesta

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Me encuentro en el circo, aquí están numerosos archivos inclasificables. Pero, ¿cómo puedo  mostrarlos si soy un difunto dentro de la corporación? De pronto, me salí del cajón, estaban  llorándome en la sala, vi varios amores de mi juventud votando lagrimones de exequias y  perdones; igual unos sujetos que habían cometido actos detestables.  

Decidí no nacer, ni ayer, ni en el presente, ni en el futuro, habito en un lugar fuera de la  existencia misma lejos del tiempo que anulo con mis instantes. Tomé el café de mi propia muerte.  Sigo observando hasta que lleguen los demás, hoy vine a juzgarlos. Estamos en un circo fuera de  tiempo, todos sabemos la cura del sida y del cáncer sin embargo, no se puede decir nada, aunque  hoy me atreveré, sin importar que me sigan matando. En eso, el presidente me pidió que le  entregara el microchip de mi memoria. Él también viene a pedirme una fórmula que hace que el  aire se ponga lascivo; la usamos en la guerra.  

—¡Frank, dame tu chip! —Ordenó el presidente—, hoy vas a juzgar a quienes te jodieron la vida.  ¡Alégrate!  

Eso es el ser y el saber, un cúmulo de memorias sueltas y el cuerpo que son los últimos minutos  de una fiesta. La antropología, la historia y el psicoanálisis se ponen de parte del pasado, pensé  mientras me maquillaba para la función. El saber es una manía inseparable del pasado, eso que  fuimos e hicimos y que alguna huella dejó. El presidente se molesta cuando digo estas cosas en  el circo.  

—Es la hora del sepelio, me van a enterrar—les dije a mis amigos—. Bueno, los invito a entrar  señores, ustedes saben, para que no digan que soy un descuidado que no cumple con el protocolo.  Voy a ponerlos a que cojan la soga que ahorcó a un famoso nazi, voy a mostrarles a una diva  excelsa del siglo pasado. Créanlo.  

No quiero saber de algo tan irremediable como es el tiempo, miren su reloj y sabrán que solo la

memoria es el símbolo de tu presencia. Cruces torcidas, gavetas que al abrirse un eco de ánima  refulge en la pared, susurros de los que ayer estaban, anhelos cristalizados en esa fría sustancia  que es la esperanza.  

—¡Abel Nazario! —vociferé antes de salir de la cámara frigorífica—, voy a meterte con los  tigres de la antigua justicia. Evitemos la indulgencia con criminales vengan de donde vengan.  Richard Ramírez, ultrajaste a mi vieja.  

Las reencarnaciones de los seres son de variopintas en el universo circular. No puede ser que el  chip de Frank, lo haya agarrado uno de sus amigos que en vida admiró los oficios que ejerció.  Abel , mi amigo el policía.